La cola que hay que esperar para comprar un “metrobús” (billete de diez viajes hoy a 7 Euros) antes de entrar en el metro da para mucho. Los hay que pasan de todo y saltan el torno; los hay que hablan por el móvil con alguien (o con el móvil por ser alguien en una cola de nadie) detrás de ti a grito pelado; también está el/la clásico/a que no se separa de su iPod y desafina también a grito pelado (pero también susurrando) y a tiempo real; bueno y siempre nos encontramos con ese que ve una cola y se apunta porque piensa que hay algo que ver; y otros tantos más.
Mi amigo Motril se pregunta dónde encaja en una cola. Quizá ese sea el dilema ¿dónde encaja? O mejor planteado: ¿Encaja? Asegura que sabe encajar una derrota, un bajón, una mala noticia, la depresión postvacacional, un dolor de muelas y hasta un gripazo entre estaciones… pero se sigue preguntando si tiene hueco. Yo no sé qué decirle en este caso, no porque no le comprenda. Entiendo su preocupación y en cierto modo me identifico con él, pero ahora le noto demasiado bajo como para animarle.
El tremendo bajón que padece, confiesa, sobrevino después de comprar el metrobús -recientemente encarecido-. Por un momento no sabía qué hacer ni con el billete ni con su vida. No quería ir a trabajar, tampoco sentarse en un banco a ver pasar el tiempo. Sencillamente no podía moverse del suelo, a un metro del torno que marcaba la frontera entre él y la vía del tren. Inmóvil sólo tenía ganas de llorar, de caer. Una señora mayor le empujó, reaccionó, despertó y se pegó un atracón a respirar. Atravesó la frontera y llegó a su trabajo.
Mi amigo Motril se pregunta dónde encaja en una cola. Quizá ese sea el dilema ¿dónde encaja? O mejor planteado: ¿Encaja? Asegura que sabe encajar una derrota, un bajón, una mala noticia, la depresión postvacacional, un dolor de muelas y hasta un gripazo entre estaciones… pero se sigue preguntando si tiene hueco. Yo no sé qué decirle en este caso, no porque no le comprenda. Entiendo su preocupación y en cierto modo me identifico con él, pero ahora le noto demasiado bajo como para animarle.
El tremendo bajón que padece, confiesa, sobrevino después de comprar el metrobús -recientemente encarecido-. Por un momento no sabía qué hacer ni con el billete ni con su vida. No quería ir a trabajar, tampoco sentarse en un banco a ver pasar el tiempo. Sencillamente no podía moverse del suelo, a un metro del torno que marcaba la frontera entre él y la vía del tren. Inmóvil sólo tenía ganas de llorar, de caer. Una señora mayor le empujó, reaccionó, despertó y se pegó un atracón a respirar. Atravesó la frontera y llegó a su trabajo.
Me dice que sólo puso tres multas. Cuando volvía a casa un señor le sacó una tarjeta roja por la calle y le gritó: ¡Expulsado, fuera, haga el favor de abandonar el terreno de juego!
De momento, no ha vuelto al campo, porque no sabe cómo salir del ‘banquillo’.
De momento, no ha vuelto al campo, porque no sabe cómo salir del ‘banquillo’.
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Salud!
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